ATALANTA
Mi nombre es Atalanta, la gente cree que es fácil vivir la vida que tengo, solo por mi belleza sobrenatural y mi capacidad de correr más rápido que los atletas de mi región. Pero el caso, es que no pasa un solo día sin que alguien me pida en matrimonio. Pensé que sería buena idea casarme. Pero, ¿ a quién elegir?
Voy a consultar a los dioses, pues solo ellos pueden ayudarme.
Fui al templo y me postré ante Pitia, la transmisora de los mensajes de los dioses, y le pregunté sin más preámbulos:
- ¿Debo elegir un esposo?
- Huye de tener esposo, Atalanta. Con todo no huirás y, viva, te verás privada de ti misma. - Me contesto Pitia.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
¿Qué significaba eso?
Entonces, decidí que viviría como un ermitaño, ese es el único modo de evitar el oráculo de los dioses.
Eché a correr, hasta llegar a la orilla de un río, en un lugar apartado. Descubrí una gruta y allí me preparé un lecho de hojas, un refugio donde viviría el resto de mis días.
A la mañana siguiente, había un hombre moreno y barbudo que me contemplaba. Presa de la ira le dije:
- Él que se case conmigo antes ha de vencerme en la carrera. Si ganas me casaré contigo, si pierdes, perderás tu vida. ¿Estás dispuesto a aceptar el desafío?
Pensé que con semejante condición rechazaría mi propuesta, pero me equivoqué.
- Nos vemos esta noche en el circo.- contestó él antes de marcharse corriendo.
Cuando llegué al circo aquella noche, estaba lleno de gente y pretendientes esperando en la línea de salida.
Después de derrotar a estos, aparecieron más, pero de repente me llamó un forastero más joven que yo. Lo observé más detenidamente, y me di cuenta de lo guapo y esbelto que era. Me sentía desconcertada, me había enamorado perdidamente de él. Intenté detenerle, pero él se negó a mis plegarias y se dirigió a la línea de salida.
Las trompetas dieron la señal. Empecé a correr, y me situé en la cabeza de la carrera. Pero, de repente, una manzana de oro rodó a mis pies. Estaba fascinada, me paré, y la cogí y después lo volví a adelantar. Y esto, otra vez. ¡Que extraño!, ¿de dónde saldrán estás divinas manzanas?- pensé.
Atalanta e Hipómenes, Guido Reni (1620) |
- Ve a por ella, te sobra tiempo... ¡Corres tan deprisa!-
La cogí y cargé con las tres manzanas en los brazos. Me pareció que me pesaban tanto que tuve que disminuir la marcha e Hipómenes consiguió pasar la línea de meta y así hacerse mi esposo.
Me miré las manos y las tenía vacías.
Más tarde, estuvimos paseando de la mano por el bosque,
hasta que vimos cerca de un templo, una cueva que se
consideraba sagrada. Allí entramos para amarnos.
De repente, contemplé cómo mis dedos se
convertían en garras, mi cabello en una
espesa melena; mis hombros en paletillas,
de las que salieron unas patas musculosas y peludas.
Intenté hablar, pero de mi boca salieron rugidos.
Miré con horror a Hipómenes. Nos habíamos convertido en leones.
¿Lo estaría soñando? ¿Qué había sucedido?
De repente, lo entendí todo.
Seguía viva, pero me había visto privada de mi misma.
Fuente de Cibeles en Madrid (1782) esculpida por Francisco Gutiérrez (figura de la diosa y el carro), Roberto Michel (los leones) y el adornista Miguel Ximénez. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario